Annabel Lee


El grupo Radio Futura versionó la versión en español del poema "Annabel Lee" de Poe.

Recordando a Edgar Allan Poe


Edgar Allan Poe, escritor estadounidense, nació el 19 de enero de 1809 y murió en 1849. Se cumplen, por tanto, este mes doscientos años desde su nacimiento.
Hay que decir de él que fue, ante todo, poeta, género que él mismo consideraba la máxima expresión literaria. Fruto de esta actividad poética son poemas conocidísimos como "Las campanas" (1849), "Annabel Lee" (1849) o "El cuervo" (1845), con el que alcanzó un importante reconocimiento.




No obstante, y aunque cultivó también su faceta periodística, Poe es quizás más conocido por los cuentos de terror y de misterio. Precisamente es en su prosa donde radica su modernidad, y donde Poe se convierte, en opinión de muchos críticos, en precursor de la novela detectivesca -en "Los crímenes de la rue Morgue", concretamente-.

Algunos de sus relatos han trascendido de un modo especial al haber sido llevados al cine de manos del cineasta Roger Corman. Nos referimos a películas como "La caída de la casa Usher" (1960), "El péndulo de la muerte" (1961) y "La máscara de la muerte roja"(1964); también se llevó a la gran pantalla "El cuervo" (1963).

Sobre su vida, no sólo sobre su obra, también se ha escrito mucho, y mucho se ha especulado sobre las causas de su muerte. Lo cierto es que su vida está tan llena de claroscuros como sus relatos. Se quedó huérfano muy pronto y viudo antes de morir en extrañas circunstancias a los cuarenta años. Su vida no fue una línea recta; su adición al alcohol y, más tarde, a las drogas influyeron, seguramente, en su obra así como en su muerte.

Para recordar su obra, he escogido el siguiente poema: "El valle de la inquietud" (La traducción es de Marie Montand). Espero que sea de vuestro agrado y os animo a leer alguna de las obras de Allan Poe.

Hubo aquí un valle antaño, callado y sonriente,


donde nadie habitaba:


partiéronse las gentes a la guerra,


dejando a los luceros, de ojos dulces,


que velaran, de noche, desde azuladas torres,


las flores, y en el centro del valle, cada día,


la roja luz del sol se posaba, indolente.


Mas ya quien lo visite advertiría


la inquietud de ese valle melancólico.


No hay en él nada quieto,


sino el aire, que ampara


aquella soledad de maravilla.


¡Ah! Ningún viento mece aquellos árboles,


que palpitan al modo de los helados mares


en torno de las Hébridas brumosas.


¡Ah! Ningún viento arrastra aquellas nubes,


que crujen levemente por el cielo intranquilo,


turbadas desde el alba hasta la noche,


sobre las violetas que allí yacen,


como ojos humanos de mil suertes,


sobre ondulantes lirios,


que lloran en las tumbas ignoradas.


Ondulan, y de sus fragantes cimas


cae eterno rocío, gota a gota.


Lloran, y por sus tallos delicados,


como aljófar, van lágrimas perennes.